lunes, 20 de julio de 2009

Witold Gombrowicz, el polaco que eligió quedarse

Uno de los episodios más extravagantes en la historia literaria argentina fue protagonizado por un polaco, llegado a Buenos Aires en 1939, cuya estadía se extendió por casi un cuarto de siglo, un poco por accidente, pero también porque le atraían la ciudad y su gente.
Sin dominar el idioma, se atrevió a emprender la aventura de traducir su única novela, publicada en Polonia en 1937. Llevó a cabo la tarea asesorado por un puñado de amigos escritores, en jornadas que se realizaban –en debate muchas veces caótico– a lo largo de las tardes de la segunda mitad del cuarenta, en cafés del centro porteño. Se trataba de Ferdydurke, su famosa y particular novela, que luego cosecharía adeptos y detractores.
No lo deslumbraron los brillos europeizantes del grupo intelectual más prestigioso; el que rodeaba a Victoria Ocampo y la revista Sur. Se automarginó por el resto de las dos décadas y media que iba a permanecer en este país, deslumbrado por el potencial de la juventud, y más que nada los jóvenes –nada ilustrados, algunos recién llegados del interior– con los que alternaba ambiguamente en las inmediaciones de la Estación Retiro. De alguna forma encontró en la pujante Buenos Aires en crecimiento de los años cuarenta la confirmación de su filosofía planteada en Ferdydurke, donde coloca a la inmadurez como energía base de toda creatividad, contrapuesta al mundo adulto, mas vinculado a lo rutinario y desvitalizado. Witoldo, como lo llamaban, se encontraba en su elemento, vinculándose con esos oscuros muchachos (en doble sentido: por el color de la piel y por lo anónimos) en cantinas y plazoletas del "bajo" gran buenos aires.
Escribió novelas como Ferdydurke, Cosmos, Transatlántico, numerosos cuentos, diarios, ensayos y obras de teatro como El casamiento; Ivón, princesa de Borgoña; Opereta, etc
Tomaremos uno de sus primeros cuentos: La virginidad, editado junto a otros por Tusquets, en el libro Bakakai, (laguna de vacas) que alude al nombre de una calle del barrio de Flores.
Poco antes de morir, Witold Gombrowicz definía así este libro suyo :«Cuando releo estos cuentos lejanos, advierto que hay riqueza en ellos y que vibran sorprendentes cortocircuitos. Confieso, no obstante, que en estas páginas hay un elemento morboso, repelente, repugnante incluso. Es cierto. Reconozcamos a pesar de todo que esos contenidosrepelentes pierden repugnancia al convertirse en elementos de la Forma; su papel es funcional, obedecen a un fin superior : a la creación artística». Hoy, nadie pone ya en duda esta afirmación autojustificativa.
Analizaremos un par de procedimientos de ese texto excéntrico, impúdico y original, e intentaremos darle forma a un material que los contenga.

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